Foto por Karina Fuerte.
DIVAGACIONES DE UN CUIDADOR
El trabajo del cuidador en una institución está condicionado
a muchas variables que en ocasiones son ajenas
a las competencias profesionales y personales del cuidador: el tiempo
del que se dispone para realizar las tareas,
los recursos humanos y materiales.
Dentro de las paredes de dicha institución el stress laboral
está bullendo como una olla a presión, en las taquillas, en los pasillos,
trayendo y llevando problemas, meciéndolos y exudándolos.
Trabajando con compañeros, tan necesarios los buenos: los
que disfrutan en su trabajo, los que se ríen contigo y hacen reír al residente,
los que te acompañan y te apoyan en la labor del cuidado.
Y también los menos buenos: los que te dificultan el
trabajo, sus errores los hacen tuyos, se abren paso a codazos, donde la
apariencia de una buena praxis tiene más valor que el propio acto.
Mientras las vidas de aquellos a los que cuidamos vibran
alrededor, con alegrías, con penas, con dolor, con soledad y compañía y con
almas que nos dejan y se desvanecen, con camas ocupadas por otros sin dar
tiempo a despedirte ni casi a llorar la perdida, ocupando el hueco vacío rápida
y eficazmente. No existe tiempo para el duelo en el sistema.
La institución alinea y cosifica, convirtiendo a las
personas que viven y trabajan allí en número, en elementos abstractos de una
empresa común.
Nuestra labor más importante como cuidadores de personas
dentro de la institución es centrar nuestros esfuerzos en el cuidado integral
de los residentes, dando relieve a la ética profesional utilizando recursos
como la empatía y la asertividad para enfrentarnos a un sistema en el que las personas aparecen
en segundo plano.
El principal valor es la “persona” .
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